Archivo | abril, 2013

Historia de un buso

19 Abr

Este cuento está basado en una historia real. Basado. Hace unos años caminando por el desierto de Sahara me topé con un manuscrito escrito en jeroglíficos. Yo digo jeroglíficos desde la ignorancia casi total, pero ví el Principe de Egipto y se parecían. Logré ponerlo en el traductor con ayuda de mi fiel amigo Coco (especialista en muchas cosas) y leímos lo increible. Supe que hacer y lo escribí, algo modificado. (Basado). Y he aquí la historia, de la cual mis hijos y sus hijos a la vez no sentirán ningún tipo de orgullo.Por cierto, era un pantalón, no un buso, pero a mi me gustan los busos.

 

Me toca una vez al mes. En invierno. Porque en verano siempre son vacaciones. Va, una vez salí en verano en realidad, allá por el 2001 , no vamos a empezar mintiendo ya, tan pronto, ¿no?. «Allá por el 2001» digo, pero sé perfectamente que fue el 21 de Febrero de 2001. Mentiras, ocultamientos, basta, basta ya. Lo que pasa es que a veces quiero quedar bien, con ustedes, con todos, con otros, con ustedes sobre todo. Y, con este momento de mi vida es lógico. Otro de mis defectos, para la lista: excesivas justificaciones. No voy a cambiar, antes si, ahora no, después tampoco. Son invitados a abandonarlo todo, preparados, listos, ya, y seguir con otra cosa mariposa. O sino les cuento que en Otoño salgo una vez por temporada (con suerte). Primavera también. Dígase, como mucho, y exagerando, siete días al año fuera del ropero. Y ni te cuento cuando me dejan en la silla olvidado, con el aire que pega en el cuello, sensaciones gratificantes si las hay. Silla, templo del Rey Salomón, de muchas maneras escuché que le decían por los estantes, imagínense no más. Nací con el milenio, así que llevo más de ochenta salidas creo. Creo dije. Nunca fui un gran matemático, ya sabés ahí adentro, en la oscuridad, es difícil ser un gran ´algo´. Buen promedio igualmente, ochenta en doce, trece años, en una misma casa, solamente dos dueños, bien.

Mi primer patrón me idolatraba, íbamos juntos a fiestas de prestigio, esas con más mozos que invitados, centros de mesa de animales echos en hielo, champagne y a veces vino. Sí, las de hollywood. Si salía de casa, del ropero, directo a la ceremonia paqueta. Una vez, y les cuento con orgullo, sería la segunda o tercera vez que me usaba y me mancharon con vino. No sé la verdad si les estoy hablando chino o si entenderán algo de lo que les digo, pero que te manchen con vino no es como que te vuelquen agua. El vino es un eterno enemigo nuestro. Cosas de busos vió.  Bueno, resulta que Eric (así lo llamaban graciosamente) se trastornó y tomó represalia. El chaleco blanco del incompetente que me burló se tiñó de tinto y su ojo derecho de morado. Me defendió no por él mismo, por su honra, sino por mi. Nos queríamos, nos gustábamos  encajábamos perfectamente el uno con el otro. Es que sí, claro que era recíproco. Él me adoraba y yo a él. Sabía que yo lo quería, sabía. En general con los humanos concordamos en aceptar la Ley de la Prenda. Los humanos la aceptan sin siquiera conocerla, sin saber que existe tal ley, y nosotros claro, porque fuimos y somos hechos para ella. Es simple, uno usa al otro por cierta satisfacción personal y a su vez entrega placer . Intercambio de cualidades. Punto. Pero con Eric era otra historia, como pocas entre humano-prenda. Era él el distinto. En el fondo todos nosotros queremos que el hombre nos quiera, nos ame, pero no tienen la capacidad de reconocernos más que como una cosa, como si fuesemos una cuchara o una maceta.. Mi dueño la tenía. Era un superheroe irreconocido. Probablemente no tenía la certeza científica porque yo no podía responderle en palabras, ni en hechos, pero sentía que era algo más. Eso es, me sentía.

Con el segundo patrón, en cambio, viajabamos nomás. De casa a la canchita número cinco, más tres minutos hasta que entra en calor, más cinco segundos que tarda en sacarme de su cuerpo, más la vuelta al hogar dulce hogar. Es el hermano de Eric por cierto. Nunca supe como se llamaba, yo le digo “hermano de Eric” o “él” depende de la situación. Al dueño “uno”, nunca más lo vi. Muchas veces pienso en que será de su vida y me enrriedo prefieriendo a veces que me haya abandonado y otras tantas que esté muerto. Mejor no saber porque son ambos terribles finales.

Resulta que el hermano de Eric me encontró abajo de la cama del progenitor. No, no fue él en realidad, fue una de las sivientas de la mansión, esa rubia alta que podría ir a un programa de chimentos y hacerse un festín. No creo que la tengan, a no ser que hayan visitado la mansión. Bueno si alguno fue, quiero que sepa y me envidie cuando les diga que esas manos me tocaron y me cocieron la manga. No sean ingenuos, claro que sé que una mujer semejante no me ve más que como ropa vieja, pero me miró fijo y supo que soy alguien. Es como cuando te miran y estás detrás de un vidrio polarizado. Lo pensás en frio y es imposible, pero en el momento te vió. Bueno dejenme ser feliz, que importa si percibió algo distinto en mi o no, hagamos que si y todos contentos. Asi fue como la señorita le dió el buso al hermano de Eric y ahora viajamos, casa chancha, chancha casa.

Con él cumplimos la Ley de la Prenda a rajatabla. No hay grandes emociones, ni temores, ni exaltaciones. Nos usamos. No más. Quizá uno de los grandes problemas que sufro, el único ahora pienso, es su orden. Es tan obsesivo que nunca quedo en la silla. Ese sentimiento fantástico del viento en el cuello no lo tengo hace ya más de tres años. Me dijeron una vez que en el río se levantan unos ventarrones terribles. Algo como Poseidón, algo asi. Como quisiera ir. Desde que lo supe solo pienso en ello. Mis horas pasan más rápidamente, porque me las paso en el agua. Si pensándolo la paso tan bien, ni quiero suponer lo que es en verdad. Es el cielo, la perfección, el esplendor.

Muchas anecdotas no me acuerdo con él, a diferecia de Eric, de quien podría pasarme hablando lo que me queda de vida. La más excitante debe haber sido la de la vez que habían como tres grados de temperatura, y por un leve esguince en el tobillo decidió jugar de arquero. Esa vez no fui usado solo hasta el partido, sino que también durante. Nos comimos nueve. Si lo vieran a él, mide un metro cincuenta y pesa sesenta y pocos kilos. Era lógico. Cuando entramos a la chancha y nos dirigíamos al arco predije diez , le fallé por uno (aunque hubo un gol al limite al final que no cobraron, pero yo que veo también de espaldas te digo que entró, y por bastante).

Como habrán notado, desde la insólita experiencia que tuve con Eric, la Ley de la Prenda no es para mi lo que para los demás. No la acepto asi como asi, no puedo soportarla sabiendo que hay algo tanto mejor. No soy feliz con que me usen nomás. Como comer todos los días arroz y no conocer otro alimento, y de pronto, te siven un bife de chorizo con papas al horno. Cada día que comas arroz de nuevo no vas a hacer otra cosa que pensar en carne. La Ley ya no esta hecha para mi. La soporto, pero no me hace disfrutar. Ya sentí la carne, no hay vuelta atrás.

Pero, la realidad es que ya estoy viejo. Desde esos primeros pasos en London, pasando por la calle Florida y Eric, ya pasaron unos cuantos años. El algodón se fue deteriorando y en poco tiempo van a empezar los agujeros. Mi vida se esta yendo de a poco y lo acepto. Sufro cuando veo a los demás tan felices con sus existecias ordinarias y dudo en ser más que ellos. Ayer por ejemplo, y de ahí que me vino por contar todo esto a alguien, toque madera. Esto no es una expresión ni mucho menos. Tocar madera es ser la última prenda en una pila dentro del ropero. De ahí el nombre, contacto directo con la madera, sin ropa que medíe. Recien entonces caí. Soy el peor buso suyo. Perdí mi color, mi figura. Soy viejo. El que nació y vivió. Y ahora se limita a recordar.